Exactamente en el mismo momento en que la
última gota del oscuro café eclosionó con las demás formando una deliciosa taza
de café...
Exactamente en ese mismo momento mientras mi
mejor perfume salía del frasco pulverizado en micro gotas para aderezar mi pálida
piel...
En el mismo instante en que dos jóvenes
atemorizados disfrutaban de su primer beso de manera torpe y temblorosa a
escasos metros de mi edificio.
Fielmente en el mismo segundo en que comenzaba
a sonar mi canción favorita a todo volumen en un coche rojo que circulaba a
toda velocidad dos calles más allá....
Exactamente, en ese mismo instante, mientras
la vida seguía y una sonrisa atrapaba mi mente...El teléfono sonó.
Pasaron unos breves segundos hasta que
reaccioné y sin prisa me acerqué al salón.
Aquella mañana me sentía feliz,descansada,
tranquila y limpia. Notaba mi cabello esponjoso flotar al son de mi caminar en
mi breve recorrido. Apenas me había dado tiempo a vestirme, una ligera camisa
de seda cubría mi torso.Nada más.
Mis suaves manos, con cuidado y delicadeza
descolgaron el teléfono y sin ni siquiera cerciorarme del número lo llevé a mi
oreja. Sonreí preguntando - ¿Quién es?-.
Una voz extraña, roca y apagada contestó al otro lado de la línea, vete
a saber desde que lugar, vete a saber desde que ciudad.
Sin ni siquiera haberme dado tiempo a
reaccionar, casi ni a parpadear, el dueño de la desconocida voz cortó la
llamada. Me senté en la silla más cercana e intenté hacer funcionar a mi
cerebro. Dentro de mi algo se había bloqueado con aquella llamada, algo había
cerrado la llave de mis impulsos nerviosos dejándome vacía de reacciones. No
ocurrió nada hasta dos minutos después...
Difusas palabras venían a mi mente. Accidente.
Lluvia. Gravedad. Salvar... y de repente, como si algo explotase dentro de mí,
la llave se abrió de golpe, tan de golpe que los pensamientos iban y venían en
milésimas de segundo a su libre
albedrío, cientos a la vez, imágenes, voces, recuerdos, temores, olores, calor,
frió, sed, tristeza, nombres, palabras, gritos, caricias, sensaciones, miradas
y después; oscuridad.
Los días siguientes fueron una tortura.
Llantos, más llantos. Las horas no pasaban, las lágrimas no cesaban.
Apenas recuerdo nada importante, más que la
certeza que me abrumaba y aún hoy me atormenta. Él ya no está. Ya nunca volverá
a besarme. Nunca más sentiré su calor ni su olor. El roce de su barba mientras
besaba mi cuello. Ya nadie vestirá su ropa, ya nadie escuchará su voz.
Ni siquiera existió una despedida. Mis últimas
palabras fueron "No olvides cerrar la puerta". Y así, sin más, tras
cualquier frase ridícula, una persona deja de existir.
De repente, sin esperarlo. Sin avisar. En
cualquier momento. Pudiendo ser en el mismo instante en que el perfume cae
sobre ti.
Los días siguientes fueron una tortura. Ni
siquiera fui capaz de traspasar le puerta de mi hogar. Noches de hoteles. Días
de psicólogos. Meses que pasaban sin mayor dilación.
El momento en que fui capaz, aún a día de hoy
sigo sin conocer el tiempo que había transcurrido, crucé el umbral de mi puerta
insegura, temerosa, y taciturna.
Todo seguía en su sitio, como si el tiempo no
hubiera pasado entre sus paredes. como si nada hubiese pasado, como si todo hubiese sido un sueño, como si la vida
me diese un respiro.
Todo seguía en su sitio; el teléfono en el
suelo, la blusa encima de la cama casi de cualquier manera; el frasco de
perfume volcado encima de la mesilla, y la taza de café bajo la cafetera, como
si esperase ansiosa recoger con sus brazos una última gota, una última
esperanza. Como si a gritos me dijera que todo había sido un sueño, que aún
quedaba una pequeña gota indecisa por caer pero en cuanto lo hiciese, él
entraría por la puerta.
Acaricié la taza de porcelana con la yema de
mis dedos; su taza favorita.
Todo seguía igual que aquella mañana en la que un
coche rojo hacía sonar mi canción favorita mientras me perfumaba en el mismo
instante en que dos jóvenes daban su primer beso mientras la última gota de
café se vertía en la taza. La única diferencia; se había enfriado.
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