Vistas de página en total

Personas que han decidido seguir el blog

domingo, 23 de marzo de 2014

Capítulo 2. Estúpida corbata de flores hawaianas.

CAPÍTULO 2. Estúpida corbata de flores hawaianas.





            Llegué a clase antes de lo normal. Me senté en mi sitio habitual y sin saludar a nadie apoyé los codos en la mesa escondiendo así mi cansado rostro entre las manos.

  – Coño, Luck – aquella parecía la voz de Aaron –. ¿Qué haces aquí tan pronto?

Levanté la mirada de mala gana con los ojos entrecerrados evitando que la luz artifial me hiciese daño. Era él.
No le contesté, tan solo pude emitir un extraño gruñido.

  – Anoche celebraste bien tu cumpleaños – afirmó con tono burlón –. Tienes los ojos inyectados en sangre

  – No sé cómo te las apañas tío, pero en tus conversaciones siempre aparece la palabra “sangre” – dije con voz ronca. Ambos nos echamos a reír.
Miré a mi alrededor, por el alboroto que se había montado, la clase debía estar a punto de empezar.

Un minuto después se escuchó un portazo sordo, de pronto reinó el silencio.
“La sapo”, nuestra profesora de matemáticas, avanzó hasta su mesa con paso firme pero sosegado. Se sentó en su cómodo sofá acolchado y abrió el maletín que siempre llevaba consigo. Ese viejo maletín de cuero oscuro que tantas veces intenté robar para ganarme algún aprobado.
Ana era el verdadero nombre de la profesora. Apenas se acercaba a los cuarenta años, pero su oscuro y lacio pelo cortado a ras de la nuca, sus pequeños ojos ocultos tras esas gafas gruesas pasadas de moda y la multitud de arrugas que poblaban su rostro, le hacían parecer veinte años mayor.
Todos los alumnos, e incluso algún que otro profesor la conocíamos por “La sapo”.
La leyenda contaba que un día, mientras intentaba poner en vergüenza a un alumno ridiculizándole delante del resto por un ejercicio mal hecho, se le escapó un sonoro eructo que hizo estallar en carcajadas a la clase por completo. Nunca conocimos  a nadie que nos pudiera asegurar que esa historia era cierta, pero a nosotros nos valía con creerlo.

  – Dejad la mesa libre –dijo con su chillona e irritante voz –.  Sofía, reparte estos folios – se dirigió a su alumna predilecta, la típica “pelota”.

  – Genial– dijo Rita golpeándose la frente –. Examen sorpresa, lo que me faltaba

No pude evitar sonreír. Mi amigo llevaba una racha desastrosa en matemáticas.
Yo me sentí algo aliviado, no porque fuese a aprobar el examen, sino porque podría echarme una buena siesta en esa hora.

  El resto de la mañana fue horrible. Nunca había estado tan cansado.
Por la tarde fui a trabajar y no di pie con bola. El jefe de mi departamento me llamó la atención más de cinco veces a cuenta mis absurdos despistes.
Extasiado de cafeína y con el cuerpo destrozado fui directo a casa a la salida del trabajo. Mi madre aun no había llegado, asique no cené. Arrastré los pies hasta mi cuarto y con la misma ropa con la que había trabajado caí rendido sobre la cama.


  Nada consiguió despertarme hasta ocho horas después. Aún estaba cansado. No tanto como la mañana anterior, pero si lo suficiente para pasar un mal día.
En el instituto no pasó nada especial.
Al salir de clase comí un bocadillo con mis amigos; Aaron, Rita y Greg que a veces se quedaban conmigo haciéndome compañía durante esa hora que tenía libre antes de entrar a trabajar. Me gustaban los días que comíamos juntos, se hacían más fáciles.

  Eran las 15:30, hora de entrada. Como de costumbre pasé la tarjeta de identificación por el lector de la puerta principal de la fábrica. Entré por el pasillo de color azulado caminando deprisa hasta llegar al viejo y maloliente vestuario masculino.
Me quité la ropa con la que había ido a clase y me puse el mono naranja y negro, identificación de los trabajadores de más bajo rango.
Salí apresurado de allí, en el pasillo hacía demasiado calor
Me dirigía a la sala de empaquetados donde solía trabajar habitualmente, cuando noté que alguien me seguía.

  – ¡Luck! ¡Ey, Luck! – Una voz rota por el tabaco me llamaba sin demasiado interés. Era Roque, la persona con más poder de la fábrica –. ¿Puedes venir a mi despacho? Tengo que hablar contigo – Jefe de jefes. Rico. Ambicioso. Sin pudor.

Noté como mi estómago se hacía más pequeño. Aquello no me inspiraba confianza.
Quizá solo quisiera hablar conmigo de lo ocurrido el día anterior, pero no podía dejar de pensar en el tiempo que llevaba trabajando allí, en lo mucho que necesitaba el dinero, y en el poco trabajo que había fuera de la fábrica.
Caminé despacio hacia su despacho sopesando cientos de posibles conversaciones.
Cuando quise darme cuenta estaba frente a le enorme puerta de madera cobriza que me separaba de un inminente y desconocido futuro.
Sentí miedo frente a la posibilidad de perder mi empleo, perdiendo un dinero que en mi casa era más que necesario. Abrí la puerta con cuidado.

  – Vamos chico, pasa sin miedo – su voz no transmitía calma ni seguridad, al contrario. Aterrorizaba. Me fijé en su escaso y blanquecino pelo peinado hacia un lado. Miré sus oscuros y pequeños ojos que ahora me parecían diferentes a los que recordaba. Se veían enrojecidos, e incluso llorosos–. Siéntate – ordenó señalándome un pequeño sofá color burdeos situado meticulosamente frente al suyo.
Obedecí sin demasiadas ganas. No quería sentarme, tan solo quería saber que era lo que quería aquel hombre y salir de allí cuanto antes.
Noté como me sudaban las manos. Mi corazón se aceleraba cada vez más y aquel enorme nudo en mi estómago había subido de golpe hasta mi garganta.
Roque se aclaró la garganta, por fin iba a hablar.

  – Ayer llamó una de tus profesoras. Parecía bastante preocupada por tu situación – entendió al instante que yo no sabía de lo que estaba hablando, e intentó explicármelo –. Me contó que ayer habías tenido un examen bastante importante, pero estabas tan cansado de trabajar que tuviste que dormir en lugar de hacerlo.

  – No entiendo donde quiere ir a parar, señor – mi voz se había vuelto frágil – Y esa historia ni siquiera es cierta

  – Según me dijo, tu rendimiento escolar está disminuido notablemente. Trabajar por la tarde no deja tiempo para tus estudios ¿Verdad? – Ni siquiera esperó mi respuesta–. Es importante que saques buenas notas, chico

Noté como la rabia comenzaba a acumularse en mis mejillas. “La sapo” siempre me había odiado pero nunca pensé que fuera hasta esos puntos. Sabía que necesitaba dinero y después de haber perdido todas las batallas que había librado conmigo, decidió ganar de la única manera posible, aunque fuese la más rastrera y despiadada.
Por otro lado, Roque, afectado como todos por la gran crisis del país llevaba meses despidiendo a algún que otro empleado cada vez que veía ocasión, y por suerte para él, esta era una de las mejores justificaciones que había tenido para pagar un sueldo menos.

  – Pero señor – insistí –. Me hace falta este trabajo, sin él mi familia y yo volveríamos a pasar hambre. Lo que esa mujer le ha dicho es mentira. Hasta ahora he conseguido aprobar todo en el último momento– Pero ¿Qué diablos estaba haciendo? No tenía por qué darle explicaciones de mi vida ¡estaba suplicándole! En mi vida había hecho algo así –. Por favor, no me despida – cerré los ojos resignado, acababa de perder mi orgullo y mi dignidad.

  – Lo siento hijo, algún día me lo agradecerás – me sonrió con ironía  e inmediatamente encendió un televisor que estaba al fondo del despacho. Subió los pies en una butaca y comenzó a cambiar los canales ignorándome por completo.

  – Le estoy diciendo que puedo trabajar y estudiar sin ningún problema, si quiere despedirme búsquese otra excusa – comencé a elevar el tono sin apenas darme cuenta.

  – Chico, esa “excusa” – dijo esa última palabra realizando un gesto de comillas con los dedos – es la que cualquiera que pregunte por ti, va a creer

  – Usted no sabe lo que es vivir sin dinero. Este sueldo era lo único que nos ayudaba a vivir un poco mejor– nos mirábamos desafiantes, intentando ser vencedores en una guerra de palabras en la que cada uno ansiaba una recompensa. Él; mi despido. Yo; mi trabajo.

  – Admítelo de una vez Luck, has perdido el trabajo– encendió un cigarrillo barato –. Digamos que me preocupa mucho tu educación – sonrió mostrando unos dientes amarillentos y separados.

  Noté como la rabia se apoderaba poco a poco de mi cuerpo. Mientras tanto aquel desgraciado continuaba riéndose de mí.
Tomé aire, ya no tenía nada que perder. Golpeé la mesa con mi puño sin ningún reparo en lo carísima que podía haber sido aquella madera.
Roque se quedó inmóvil, me miró a los ojos unos segundos mientras arqueaba poco a poco su ceja izquierda. Después, con la misma facilidad con la que había dejado de hacerlo, estalló de nuevo en una sonora carcajada, más escandalosa que la anterior.
Se sentía ganador de la batalla y mi gesto de rabia no había hecho más que alimentar su estúpido ego.
Me sentí humillado.
Mi cuerpo actúo por mi cabeza. Con toda mi fuerza volqué la enorme mesa de madera, cayendo de ella multitud de objetos, e incluso Roque, cayó de su silla.

  – ¡¿Serás cabrón?! – Se puso en pie de inmediato, estando a punto de caer de nuevo–. ¡Tendrás que pagarlo todo! ¡Lo descontaré de tu miserable sueldo! –  Intentó provocarme con la mirada– Ahora sabrás lo que es pasar hambre – Aquellas palabras salieron de su boca en un débil susurro, intentando herirme con cada una de ellas. Después hizo el amago de sonreír.

  Todo pasó muy rápido. Recuerdo una estúpida corbata de flores hawaianas, que arranqué de cuajo de su cuello con mis propias manos. Agarré su chaqueta y lo levanté del suelo sin que me supusiera esfuerzo alguno, después lo empujé contra la pared más cercana, privando su respiración con mi antebrazo y disfrutando de ello. Le propiné una fuerte patada en la entrepierna que debió de dolerle, porque un par de lágrimas salieron de los ojos que antes miraban retadores.

  – No pienso pagar nada de esto– mi voz sonaba fría como el hielo. Miré a mi alrededor. Había destrozado casi todo –. Es más, vas a firmar un cheque por valor del doble de mi sueldo. Pensándolo mejor, el triple.  Y si algún día se te ocurre denunciarme por esto, o atacarme de algún modo – sin soltar su chaqueta negra de lino, me agaché para coger con cuidado del suelo uno de los marcos que antes adornaban la mesa – No serás tú quien tenga que vérselas conmigo – sonreí enseñándole la foto donde una niña de unos doce años se abrazaba a la que parecía ser la mujer de Roque. No sería capaz de hacerles nada a una mujer y a su hija, pero eso él no lo sabía, asique con aire teatral saqué la foto del marco y la arrugué en mi mano, haciéndole ver que me quedaría con ella.

  Asintió con resignación y después le tiré al suelo. Tomo una enorme bocanada de aire y en cuanto se hubo recuperado sacó un viejo talonario del bolsillo de su chaqueta. Con manos temblorosas cogió una pluma estilográfica del suelo. Escribió de manera rápida y cuando acabó me extendió el talón. Se lo arrebaté con rabia y comprobé que había seguido mis órdenes. Intenté ocultar la sorpresa en mi rostro. Había doblado la cantidad, tenía seis veces mi sueldo en aquel papel. Era una buena cantidad de dinero, pero en unos meses se habría acabado.

  – También quiero el sueldo de este mes aunque no lo haya trabajado entero, y por supuesto el finiquito – abrí la puerta del despacho.

  – No puedes llevarte el mono de trabajo – su arrogancia y su soberbia podían con todo. A pesar de haber cedido con el cheque, quería dejar claro que era él quien había ganado despidiéndome. A fin de cuentas, yo no le había dicho nada acerca de eso.
Recordé que unos minutos antes había estado a punto de perder mi orgullo y mi dignidad. Sonreí, había estado a punto, pero aún podía recuperarlo.

Me desvestí deprisa, quedándome en ropa interior. Hice una bola con el mono y se lo tiré a la cara. Sonreí cuando su labio comenzó a sangrar. Había conseguido golpearle con la cremallera.
Salí del despacho sin avergonzarme. Caminé por el pasillo sin esconderme de nadie.
Los trabajadores que pasaban a mi lado evitaban mirarme fijamente, pero no daban crédito. Solo hubo una persona con el suficiente valor de decir algo:

  – ¡Eh tú! – una voz femenina, aunque quizá un poco grave me llamaba desde el fondo del pasillo – ¡El de los calzones negros!

  Me giré irritado, buscándola con la mirada. Era una chica de unos diecisiete años, guapa pero manchada de aceite y polvo. La había visto alguna que otra vez por la fábrica pero nunca había hablado con ella.

  – Espérame cuando salgas – parecía segura de sus palabras.

  – Ni hablar, me largo ahora mismo – nuestra jornada laboral no debería acabar hasta aproximadamente las once de la noche. No pensaba quedarme esperando hasta entonces.

  – Yo también – acabó la frase y dio media vuelta, desapareciendo por el pasillo y sin decir nada más.

Me di una ducha rápida. Aquella chica estaba completamente loca. ¿De verdad pensaba que la iba a esperar? ¡Si ni siquiera la conocía!
Me puse la ropa que llevaba esa misma mañana. Tenía cosas mejor que hacer antes que esperarla a ella.
Guarde el cheque en la cartera, y detrás la foto que había robado del despacho de Roque. Salí del vestuario. ¿En qué estaba pensando? Era guapa, pero se lo tenía demasiado creído si pensaba que la gente fuera a obedecer sus órdenes.
Devolví mi tarjeta de identificación en la oficina central, sin mirar a la secretaria con la que tantas veces me había cruzado. ¡Estaba chiflada! Pensar que iba a esperar por ella… ¿Por qué? Si no tenía razones para ello.
Salí a la calle mientras el viento golpeaba mi cara. Apenas hacía media hora que había entrado por esa misma puerta sin saber lo que me esperaba. Sin quererlo miré alrededor. No había nadie cerca. Saqué un paquete de tabaco del bolsillo. ¿Esperarla yo? Sonreí. Aquella muchacha no podía salirse con la suya.
Di una calada fuerte al cigarro y solté el humo con calma. Me senté en un banco al lado de la puerta de la fábrica. La verdad era que no tenía nada que hacer aquella tarde, y me gustaba fumar con calma. Quizá antes de que se consumiera, la chica misteriosa ya estuviera fuera.

Tres cigarros más, y la pesada puerta se abrió a mis espaldas haciendo un ruido bastante incómodo. Una chica completamente distinta a la que había visto dentro se dirigía hacia mí mirando el suelo. Parecía divertida, simpática, alegre…
Se sentó a mi lado cruzando las piernas como un indio y sin pedirlo cogió mi paquete de tabaco sirviéndose ella misma. Sacó un mechero de su bolso y se encendió el cigarro.

 – Roque es un capullo. Me tenía harta – dio una larga calada y sin soltar humo continuó hablando –. No tengo un trabajo mejor, pero paso de aguantar a babosos como él. ¿Sabes cómo me sentía cada vez que intentaba acosarme? Primero fueron las miradas fuera de lugar, después todos los días me hacía ir a su despacho con excusas tontas, y ayer mismo intentó meterme mano ¡Será cerdo! Pero hoy he conseguido vengarme – dijo enseñándome un bote de gas pimienta.

Me reí con ganas, en parte por su manera de hablar, rápida pero divertida. Por otra parte, Roque había tenido doble ración aquella tarde.

  – ¿Qué ha pasado contigo? – parecía interesada.

  La miré de arriba abajo. Era preciosa. Lo que más me llamaba la atención eran sus incandescentes labios rojos, intensos pero naturales.
Tenía el pelo muy oscuro, casi negro, y le llegaba por los hombros.
Sus ojos eran enormes y azules, enmarcados por unas preciosas pestañas densas y oscuras como la noche.
Su piel bronceada y lisa parecía artificial.
Parecía una niña con aquel cuerpo pequeño y frágil vestido de manera infantil y desarreglada
Era preciosa.

  – Quería verme desnudo a mí también, pero solo consiguió arrancarme el mono

Durante unos segundos su risa llenó todos y cada uno de los espacios vacíos presentes en mi vida.

  – Venga en serio, cuéntamelo

  – Pero si ni siquiera sé cómo te llamas – la miré de nuevo, cada vez le veía más hermosa.

  – Lo siento, que tonta – dijo atusándose el pelo mientras se ponía en pie – Me llamo Emma ¿Y tú cómo te llamas, Luck? – su risa era algo infantil. Me gustaba.

  – Creo que ya lo sabes – le estreché la mano con delicadeza–. Encantado de conocerte, Emma

Parecía avergonzada por su intencionado despiste, pero al mismo tiempo le divertía la situación.

  – ¿Quieres que vayamos a dar una vuelta? – aquella pregunta parecía de lo más inocente.

  – Verás Emma, no me conoces. No soy un chico cualquiera – tomé aire. Parecía demasiado inocente y me iba a costar decirle que se alejase de mi –. Yo…

  – ¡Shh! – me interrumpió –. Lo sé Luck. Eres un cabrón. No estarás más de una semana a mi lado. Desaparecerás y sufriré mucho. Sería mejor si me alejase ahora mismo de ti e hiciésemos como que esto nunca hubiera pasado – dijo con voz tristemente burlona.

  – Pero cómo…

  – ¡Shh! – Volvió a interrumpirme –. Es lo que siempre dices, ¿No?

  – Sí, pero… ¿Cómo lo sabes?

  – Sé muchas cosas de ti, pero ahora no es momento de explicaciones. Tengo sed, será que mejor vayamos a tomar un refresco


Y dicho eso, me agarró de la mano llevándome lejos de allí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Music

DEJA TU COMENTARIO

DEJA TU COMENTARIO
Se agradecen opiniones, críticas y sugerencias =)